Por Bertha Vasconcelos
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Qué fácil es caer en
los dramas de los demás si no estamos conscientes de varias cuestiones. En lo personal, confieso que me ha
llevado algunos años de trabajo interior para ya no engancharme con los dramas de mis vecinos, amigos, familiares y desconocidos.
Las personas creamos
dramas constantemente, producto de la historia o discurso que ha dominado
nuestra vida. Este discurso hace que nos compremos etiquetas auto impuestas o
regaladas generosamente por algunos miembros de la familia, seguramente desde
nuestra tierna infancia. Así vamos adoptando creencias que vivimos como reales
y que irremediablemente permean nuestra actitud, guiando nuestro proceder y
decisiones.
Pongamos un ejemplo.
Si una persona es o ha sido víctima de cualquier tipo de violencia durante su
infancia, formará creencias que se arraigarán en sus entrañas, así que ella funcionará,
ya sea como víctima que perdió su poder personal o bien como sobreviviente que
ha recuperado ese poder. ¿De qué depende? De su propia elección. La persona que
permanece en un estado de victimización, no importa cuales hayan sido las
experiencias traumáticas que vivió durante su infancia o adolescencia, indica
que no las ha traído a la consciencia, ni ha elaborado sus duelos, así como
tampoco ha enfrentado ni aceptado su pasado que le permita hacer paz y reconciliarse
con la situación que fue su vida, tal como fue. Continúa recordando todas las
faltas de afecto de sus padres, y minimizan o eliminan por completo todos los
aspectos positivos de su crianza. Vive en una eterna telenovela de sufrimiento
e injusticia, en un vaivén de reclamos y deseos por ser exitoso.
Quedarse en el drama
hace que las personas actúen de igual manera una y otra vez. De forma automática,
huyen, evitan, pelean o están a la defensiva, especialmente con las personas
que son su espejo. Pero cuando alguien representa y cae en sus propios dramas,
habrá personas que se enganchen y otras no. ¿En qué radica la diferencia? No
engancharse es separarse de la situación como viéndola desde lejos lo que
facilita no involucrarse emocionalmente. Es como ver a los toros desde las
gradas.
De sentir malestar,
es preciso reconocer que el malestar lo
debía sentir la persona que dramatizó, no los demás. Los arrebatos pertenecen
al que los despliega. No es justo ni sano el deseo enfermizo de arrastrar a las
demás personas con sus impulsos desbordados y explosiones. Los dramas manipulan,
por lo que los actos públicos tienen fines manipulatorios.
Cuando no queramos
engancharnos con los dramas de los demás podemos elegir decirnos a nosotros
mismos: “Este no es mi problema.” Representa una manera segura de protegernos
de la manipulación de los dramas y berrinches de otros.
Preguntarse: “¿Es o
no es mi problema?” es especialmente útil cuando tratamos con personas que se
muestran iracundas, impulsivas, obsesivas, caprichosas, obstinadas,
manipuladoras, berrinchudas, misteriosas, convenencieras, groseras. o aquellas que
exageran, magnifican y dramatizan los sucesos, por lo que tienden a crear
conflictos.
Es delicado decidir
intervenir o no. ¿Hasta dónde o cuando es prudente interferir en la decisión de
los demás de dramatizar? Pero, sin permitir que nos arrastren o arrastren a
menores de edad. Entonces pregúntate: ¿Me afecta directamente? Entonces podemos
esperar a que la persona salga del drama, de la actuación automática irracional
y esté dispuesta a conversar pacífica y racionalmente.
Solamente es nuestro
problema cuando es nuestra responsabilidad. Pero, definitivamente los dramas de
los demás no son nuestro problema. Cada persona tiene derecho a patalear y
crearse su infelicidad, pero ese, no es nuestro problema. Hasta que no salen de
sus berrinches, podremos dialogar y negociar (si es que salen de ellos). Porque
durante el drama, nada racional puede entrar en su mente en ese momento, solo instinto
y hormona.
Lo peor de los
dramas de los adultos, es que contaminamos a los niños. Así les enseñamos generación
tras generación. ¿Hasta dónde deseamos que esto perdure? Si un menor es víctima
del drama de un adulto, me temo que es nuestro deber hacérselo ver, e inclusive, parar el drama que arrasa con los sentimientos puros de los niños.
Cuando tu ser
querido hace un drama, respétalo y permite que siga su proceso sin engancharte,
pero sin comprometer tu bienestar. Repite mentalmente “ese no es mi problema,” sin
cinismo, ironía ni burla, sin juzgar ni satanizar, con extremo respeto por los
demás. Con la misma compasión y comprensión que desearías para ti mismo, porque
tu también, en ocasiones, has caído y caerás en dramas. Y cuando eso suceda,
estoy segura que desearás que las personas hagan lo mismo. Perdonar, porque la
naturaleza del ego nos sorprende de vez en cuando y asoma la sombra de todos. Como
decía Carl Jung, en esta vida nadie se salva.
Digan lo que digan, nadie es perfecto ni hay familia perfecta. Al menos no es
así en este planeta.
Cada quien elige
la vida que desea para sí mismo. Podemos
tomar la decisión de elegir lo que nos trae mayor paz sin claudicar, sin
evadirnos, sin renunciar a nuestros ideales o traicionar nuestros valores. Todos
hemos caído en nuestros propios dramas, lo importante es dejar de actuar igual
ante la misma situación.
Yo elijo. ¿Quiero ser
víctima que perdió su poder personal o el sobreviviente que ha recuperado su
poder?
1 comentario:
Estimada Bertha, como siempre un placer leer lo que escribes. Saludos un abrazo.
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