Por Bertha Vasconcelos
Todas las personas desean gozar de bienestar y en ocasiones renovar su
vida, sin embargo, para poder disfrutar de ello es imprescindible cambiar algo
de nosotros mismos en lugar de esperar que los demás o las cosas externas
cambien. Además, es necesario vaciarse de lo inútil e inservible para poder
recibir lo nuevo. Por ejemplo, podríamos desechar nuestro apego a lo material,
al dinero y al pesimismo, así como nuestra intolerancia hacia los demás o el
aceptar maltrato de cualquier tipo. Significa soltar el afán compulsivo de ser
perfeccionistas con el que continuamente nos torturamos a nosotros mismos y
ofendemos a los demás. O, tal vez deshacernos de los viejos resentimientos que
nos corroen y de los amargos recuerdos que nos atan a un pasado tortuoso. De
nada nos sirve ya la compulsión de controlar, es decir, desear cambiar a los
demás, esperar que sean diferentes y que se comporten o nos traten como
nosotros deseamos. Quizá podamos desprendernos del egoísmo, de la frialdad o la amargura. Es imposible siquiera el imaginar vivir cosas nuevas si nos
negamos a eliminar lo que resulta obsoleto. No podemos seguir siendo los mismos
y vivir la vida de la misma manera si deseamos una vida diferente; persistir en
esa idea nos impedirá alcanzar la anhelada realidad.
Si reconocemos que todas las personas poseen sabiduría, que tienen
derecho a equivocarse por que son tan humanos como nosotros mismos, comenzamos a
aceptar que su verdad también es válida y expulsamos la soberbia de sentirnos
mejor que los otros o creer saber lo que es mejor para ellos. Si lo analizamos
bien, nadie es mejor que otro, por que todos estamos aquí para aprender
diferentes cosas, por eso tu vida y la forma de vivirla es distinta a la de todos
los demás seres humanos. Cada uno de nosotros vino a vivir una experiencia única y propia, por eso no podemos juzgar ni criticar a nadie por que no
conocemos su historia personal (aunque arrogantemente pensemos que si).
Si logramos cambiar cómo vemos y qué vemos en el mundo y en las personas
que nos rodean, nuestra realidad cambiaría. Así que, si elegimos describir al
mundo, a nuestra pareja o a nuestros padres en términos más positivos, creamos
nuestra realidad más acorde a lo que elegimos ver. Los seres humanos buscamos
darle sentido a nuestras vidas a través de las historias culturales que hemos
escuchado o las historias que nos contamos a nosotros mismos. Nuestras propias
experiencias cobran sentido cuando tejemos una historia que nos permita llegar
a una congruencia de nosotros mismos y del mundo en el que vivimos. Recordemos
que el contexto cultural y social donde crecimos o vivimos moldea nuestra forma
de pensar. Tom Andersen escribió: “Cada evento recordado es una historia, ya
sea personal, contada o escuchada. Nos decimos historias de la vida, y vivimos
de acuerdo a esas historias… así es la vida humana.”
También valdría la pena buscar las creencias irracionales que crean y mantienen
nuestros problemas o nuestras conductas problemáticas, así como el
cuestionarnos de dónde vienen y qué procesos sociales o culturales entraron en
juego para tener precisamente esas creencias y no otras. Según Albert Ellis, las
creencias irracionales se originan cuando nuestros deseos y preferencias se
intensifican al grado de convertirse en demandas o exigencias, es decir, que en
lugar de desear algo, pensamos que debemos
tenerlo. Nuestras creencias producen pensamientos, que a su vez derivan en
emociones, positivas o negativas. Cuando cambiamos las interpretaciones
que damos a las cosas, iniciamos el
proceso de cambio. Por ejemplo, si una persona que amamos olvida nuestro
cumpleaños, no es el olvido en sí mismo sino las creencias que tenemos acerca
de ese olvido lo que nos hace sentir enojados o deprimidos. Para que una
experiencia deje de repetirse una y otra vez, es necesario cambiar el
significado o la interpretación que hacemos de la misma. En alguna ocasión
escuché una frase que me pareció muy atinada: “Yo cambio y todo cambia.” Es
tiempo de que soltemos la necedad que lo demás es lo que debe cambiar para que
seamos felices.
Es necesario transformar las relaciones que nos lanzan a revivir una y otra
vez los viejos patrones de conducta,
como decir si cuando deseamos decir no, o aceptar versiones de otros que
aniquilan al verdadero ser junto con sus talentos. Tenemos el poder de crear la
vida que deseamos en nuestras manos. Recuperemos nuestra autoeficacia, entendida como la capacidad de ejercer control sobre
nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, para aprender de los demás,
para planear estrategias, para regular nuestro comportamiento y ser partícipes
de la autorreflexión. La autoeficacia permite que cambiemos nuestra conducta.
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A fin de crear una nueva realidad, necesitamos cambiar la historia que
nos hemos contado y la que nos hemos creído de nosotros mismos, de los demás y
de la vida. La verdad no existe independientemente de la mente humana, y aunque
el mundo está ahí, lo que construye nuestra realidad son todas aquellas
descripciones e interpretaciones que hacemos los seres humanos de nuestro
mundo, las cuales emergen continuamente de nuestras interacciones con otras
personas. Es así como podremos moldear y cambiar la sociedad a la cual
pertenecemos.
Para aprovechar las oportunidades, es indispensable cambiar nuestra
percepción de los demás y de nosotros mismos. Para terminar, les dejo unas
preguntas para reflexionar en aquellos momentos durante los cuales sueñan y
establecen sus objetivos: ¿Me veo como un ser talentoso y capaz? ¿Reconozco que
tengo el poder de cambiar mi vida sin desear cambiar a los demás? ¿Soy capaz de
ver el potencial y talentos de los demás, sin disminuirlos? ¿Qué necesito
cambiar en mi mismo? ¿Puedo ser más tolerante, paciente o respetuoso con los
demás? ¿Estoy listo para cambiar mi realidad y mi mundo? ¿Comprendo que para
que mi realidad cambie necesito cambiar yo primero? ¿He perdonado a todos y a
mi mismo? ¿Me amo y amo a los seres humanos, aunque ellos no me amen?
¡Deseo que te
atrevas a crear la vida que deseas y mereces gozar!
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